lunes, 28 de febrero de 2011

Trenes hacia Tokio

Reseña sobre Trenes hacia Tokio de Alberto Olmos



TRENES HACIA TOKIO, Alberto Olmos.

David ha caído sobre Japón y trabaja dando clases de inglés en una guardería. Ocupa su tiempo restante en "ir" y "volver" de la guardería, en fumar, en ver películas y en coquetear con el porno.

Si intentamos resumir este libro hallaremos una gran dificultad, nos quedaremos siempre cortos. Quizás porque esta obra más que como una novela se presenta como un diario, como una crónica absolutamente literaria, en la que bien podrían aparecer las fechas a principio de cada capítulo.

Trenes hacia Tokio está conformado por 39 breves capítulos que podríamos leer de manera independiente o desordenar con picardía.
David protagoniza esta galería de chispazos, junto a dos espacios que adquieren la dimensión de personajes: Japón - en periferia- y los trenes.

Sin embargo, no serán ni David, ni Japón ni los trenes los otorgadores del extrañamiento primero padecido por el lector. La innovación y la grandeza de esta obra son el resultado de una manera magistral de narrar: frases cortas, sintaxis sencilla, lenguaje limpio de artificios y adjetivación precisa. Ni excesos, ni pedantería y , sin embargo, fuerza, ritmo y enganche.

David es el único narrador y testigo, nosotros vemos tras sus ojos y pronto nos acostumbramos a un peculiar discurso que narra, sentencia, guiña y sintetiza. Nos identificamos con un pensamiento veloz, elíptico y contrario.

La narración se estimula tras un ejercicio de observación minucioso y preciso focalizado en elementos de corte anecdótico y cotidiano que adquirirán después una categoría de grandeza e incluso de exclusividad:

"Luego nos medimos la tensión sanguínea en otro artefacto. Yo doy de máximo 122 y de mínimo 64; Kokoro da de máximo 68 y de mínimo 48. No sé qué significa, si me voy a morir mañana o me falta sodio, pero da gusto tener identidad."

En esta transferencia, el autor nos hace sonreír, porque logra ironía, perplejidad y poesía, pues hay símbolo y unión de dos realidades unidas de manera creativa y no natural.

En otras ocasiones, la estrategia narrativa es un juego de reiteraciones o de aislamiento sintáctico para subrayar una palabra y clausurar con fuerza una idea:

"Los puertos son sucios y están podridos. La gente con la que hablamos está podrida. Huele a podrido y siento el espanto de la podredumbre. La podredumbre."

El espacio no será descrito detalladamente, no es este libro un guía de Japón, sin embargo detrás de cada metáfora habrá una original perspectiva hacia una nación diferente:

"Llevarse a Ai de paseo era como llevarse a todo un país en el bolsillo. Ella era Japón: detrás de sus ojos rasgados se rasgaba el resto de los ojos nipones, su boca daba fin al tubo infinito de bocas y gargantas y pulmones que hacen un idioma; su piel era la última mano de pintura dada de una raza.
Ai: Japonesita
."

La condición de escritor de David justifica su ansia de observación y su capacidad de digerir y transformar el objeto observado. Observación y después ficción. No tenemos sucesos verdaderamente relevantes y consecuentemente tampoco pasa nada en esta historia, ni es comedia ni es tragedia, es una manera de mirar, desde la premisa del YO SÍ CREO.

"Yo sí creo- pienso-. Y luego, porque soy un hijo de puta, me compro el nuevo KIT KAT BITTER en el Seven Eleven para ver a qué sabe eso.”

Cotidianeidad y poesía, en el paso de lo trivial a lo profundo:

"Luego todo acaba como siempre: ella desaparece y yo me quedo pensando que fue dulce, fue simple, fue latente, fue bonito, fue pueril, fue seminal, fue humano, fue elegante y fue mi vida.
Y que me gusta mi vida porque nunca pasa nada
".

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