martes, 17 de mayo de 2011



LA MISMA MUJERCITA

Recuerdo la primera dentadura postiza
y el ansia racional de arrancarme la mandíbula.
Era solamente una niña exploradora
y me asustaba el acecho de la mano negra.
Había siempre un visillo blanco en las ventanas
y un olor a rosquillas santas y caramelo.
No paseaba el cochecito de mis bebés
con la inercia insultante de mis compañeras.
Tenía cuarenta años y una hija de mentira.
Desarrollé muy rápido una extraña superstición,
peor que la de abrir paraguas en interiores.
Había un presagio feo en los días de lluvia.
Sólo los que aguardan una luz de meteorito.
Los días de naranja hiriente y hombres con botas.
Todos los charcuteros cortaban huesos de jamón.
Queríamos queso de oveja y un cucurucho.
Un cucurucho-vaso para el agua. Tanta sed.
Los mercados cierran cuando las niñas deciden.
Y se escucha un chillido de cordero afónico.
Después mi carrito de la compra y yo nos vamos.

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