lunes, 28 de febrero de 2011

Sobre los versos de Ana Gorría



Tras la imposición de la quietud del que observa extendiéndose al paisaje, elabora Ana Gorría sus poemas.
La imposición es una manera de vencimiento, una exposición alta, inmutable e inquietante, que relega al sujeto a su voz de testimonio atento, de observador.
La voz traslada, transfiere e incluso instruye porque introduce fuertemente al texto. Y una vez dentro, se quiebra. Ahora el lector es también extensión de ese paisaje creado por el primer sujeto.

Porque es de noche,
tiembla
un corazón
de lluvia
en las aceras
.

Difícilmente podré extraer de esta poesía un tiempo ocasional, fragmentable y concreto. Sin embargo, será el tiempo en su acepción durativa, que irremediablemente compone con limitación y regularidad todas las secuencias, la isotopía temática que subyacerá como esqueleto primordial en todo el proceso poético de estas piezas.

Tiempo sí, y, con él, el individuo. Este individuo, que es el testigo y el propiciador del verbo, es el agente que asume una verdad impuesta pero que se rebela en otro acto. Ahora no impuesto sino natural, esta vez desde y hasta el sujeto: la reflexión existencial. Pero la reflexión existencial convencional no interesará al poema, que sugerirá vagamente sólo un primer paso hacia el existencialismo: el extrañamiento, y la inquietud del que vigila frente al estatismo y al silencio del espacio vigilado.

[Les noces barbares]

Habitación naranja. Las dos sombras
se arrastran y se muerden. Con la sangre
se enfrentan con la sangre. Todo
es azul, verde, naranja, verde. Todo
y el nocturno terror de conocerse.


Lo perverso forma parte del espacio, del paisaje descrito y se activa con la presencia del individuo en el conjunto, en un suceder infinito, en una quietud pervertida pero permanente.

Es el verbo el arma con que vence el individuo al tiempo, no lo muta pero lo nombra y en este ejercicio complejo surge el monstruo de la imposibilidad: el lenguaje.
Este natural lamento insatisfecho nos proporcionará piezas que podríamos relacionar con el ámbito de la metalingüística y consecuentemente con el de la metapoesía.

A pesar de la duda y del cansancio,
triste animal,
vencido,
que la tierra
consiente.


Sabiendo que son el tiempo y el espacio los dos ejes de esta poesía, tendríamos que plantearnos desde que lugar surge la voz de la poeta.
Ana Gorría, se sitúa en el lugar concreto y sirve de perspectiva, de objetivo de cámara que apunta, señala y crea en su constitución de planos una geometría compuesta por elementos accesibles y modestos, pero que en conjunto, logran un significado simbólico, expresivo, sin perder por esto su referencia y su denotación más básica y universal.

El yo lírico, entonces, tendrá por un lado la labor de vigilar y por otro la de renombrar, desde su yo empírico y creador, la primera pieza observada.
En definitiva, profundizar en la mirada y hallar lo que subyace: ahí se encontrará el dilema del creador y la metapoesía:

SER incapaz de más profundidad que la mirada.

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